
María se balanceaba en las hamacas. De lunes a viernes se balanceaba.
A veces creía que el tiempo no pasaba. A veces el tiempo, simplemente no alcanzaba.
María cosía sola sus pantalones rotos. Rompía sus pantalones cosidos. Volvía a coserlos, sucios. Los ensuciaba de tierra y sangre propia.
María tenía aspecto de guerrera. Pero sólo era un alma callejera.
A veces creaba amores, creaba dolores, pero no los creía.
Un día, tranquilo y simple, María se volvió a un lugar. En aquel lugar estaba su todo, hacía tiempo que no lo visitaba. Se volvió hacia adentro. María crecía sin crecer; crecía sin creer.
Se volvió hacia donde nunca creyó poder volver. Pero no se preocupe... María crecía sin creer ya.
Imaginaba sola que era una niña. Imaginaba triste, riendo a carcajadas. Imaginaba que aquel hombre no era más hombre. Que era un niño, que era un alma. Pero luego se miraba a sí misma, y ella estaba sucia, rota y cosida. Ella era un alma enmendada. Y ese día volvía al lugar.
Volvió, aquella vez, no para pasear, por los cándidos rincones de aquel sitio. Volvió, aquella vez, no para disfrutar. Volvió, entonces, aquella vez, María, para abrir las heridas con fuerza y entender.
Volvió a su pasado, núcleo de su ser. Volvió hacia su alma, volvió, aquella vez.
¿Cómo saber si entendió? ¿Cómo saber qué entendería? ¿Cómo saber qué pretendía entender, si ella no sabía ni quería creer?~