domingo, 26 de octubre de 2008

La abertura en la pared (Cuento...)


He aquí el relato que escribí hace como dos años (aclaración válida cuando se trate de juzgar el escrito ;D), y cuyo título estorbaría al famoso relato de Poe (El Gato Negro), de no ser por mi fría imaginación. (?) Admito que lo modifiqué un poco, no obstante, preserva su frágil y vulgar escencia. xD


Martín, un hombre soltero de 35 años, fue quien presenció este atroz episodio.
Todo comenzó ese 7 de julio de 1985, alrededor de las 10 de la mañana. En esa época, ya el frío se hacía notar, y, como una gran minoría de los hombres, Martín era ordenado. Sólo que al extremo.
Cada domingo este hombre derrochaba su tiempo no haciendo mucho más que acomodar su casa y su placard. Era como un enfermizo hábito, del cual no podía despegarse. Sus vecinos lo consideraban una persona rara, y muchos pensaban que se trataba de algún problema psicológico. Quizás porque el común de la gente no haría lo que él hacía, o por lo menos no con esa exageración.
De ese modo se le pasó la mañana y el mediodía. Martín había quitado la ropa de verano de su ordinario ropero, y se destinaba al pequeño, oscuro y deshabitado sótano. Así que bajó las escaleras, quejándose de dolores de espalda, y a cuestas con la caja de prendas veraniegas. Las acomodó en una vieja cajonera en desuso, que previamente había limpiado, y emprendió el regreso a su comedor, muy hambriento.
En el descuido de bajar las escaleras, la puerta se había cerrado, provocando un fuerte golpe que Martín había ignorado. Al intentar abrirla, algo no funcionaba como se suponía que debería hacerlo: "¿Pero qué...?", dijo él. Intentó forzarla durante interminables minutos, pero no se abrió. Así que comenzó a recorrer la habitación menos visitada de su gentil morada.
Y vio una caja llena de fotos, que al abrirla, le dejaron compartir consigo mismo millones de recuerdos "de cuando era feliz", pensaba él. Luego se dio cuenta de que su vida era perfectamente patética, deprimente, aburrida, y sumamente rutinaria.
La noche venía asomándose a pasos agigantados, y Martín comenzaba a preocuparse. Siendo invierno, supuso que, por la oscuridad, podrían ser las seis o siete de la tarde, y que pedir ayuda, desde allí, sería inútil. Así que, más allá de los estridentes ruidos de su estómago decidió pasar la noche allí, hasta que alguien lo socorriera.
Y se echó a dormir. Con la nariz y los pies congelados, y tapado con una manta. Sin pretensiones. Sólo ganas de descansar y olvidar ese mal momento y la rabia que arrastraba consigo.
Un veloz y vago sonido lo despertó más tarde, y la poca luz que se reflejaba desde afuera, y pasaba a través de una diminuta ventana en lo alto de la pared, le permitía ver la silueta de un gato. Y aunque los gatos inspiren - para muchos - ternura, este minino no era del todo agradable. Más bien, aterraba con su negro, fino y elegante pelaje, que parecía el traje de un capo de la mafia.
"Mishi, mishi...", pronunció él, llamando al gato, "...vení, unite a la fiesta...¡qué diversión, por dios!", agregó con voz silenciosa e ironía de rendido.
Se quedó un instante mirando el techo, desilusionado, pero repentinamente - y por más espectacular que parezca - el intrigante animal pronunció unas palabras que exaltaron al pobre hombre. Su voz era grave, seductora, refinada, y sus palabras inquietantes. Luego comenzó a recitar como en otro idioma, diciendo cosas prácticamente inentendibles, que atinaban a sonar como una maldición de película de terror.
La respiración de Martín iba en ascenso cada minuto, agravándose ya su estado, y ya entonces no podía contener el espanto que le producía
ese oscuro ser. Su corazón daba la impresión de estar a punto de estallar. Un frío helante y un hiriente terror lo atacaban. La necesidad inconsolable de ayuda y socorro era lo único que anhelaba ese ser humano, y le producía una fuerte sensación de sofocamiento.
El gato le dedicó una mirada penetrante y feroz, y, luciendo sus garras y filosos colmillos, se lanzó sobre él, y empezó a destrozarlo y descuartizar sus partes despiadadamente. Lejos de algún tipo de pudor, el animal no paró hasta matarlo.
Tiempo después de crear y presenciar una escena violenta y sangrienta, el felino se retiró elegantemente por la pequeña abertura en la pared.
A la mañana siguiente, todo se veía nublado. Se suponía que él estaría muerto, es más, recordaba todo lo sucedido la noche anterior: el gato, los jirones de de su ropa y de su piel, la sangre, sus carnes expuestas al mundo exterior...todo. Pero, ¿por qué se encontraba sano y salvo, como si nada hubiese nunca sucedido?, y, ¿por qué ni una gota de sangre, cuando el tremendo asesino lo había destruido? Habría de ser un sueño entonces, porque nada revelaba explicación alguna. Sin embargo, algo nos demostraba lo contrario, y era una fiel, pequeña y reciente manchita de sangre en la pared, actuando como envidencia del suceso.
Interrumpiendo sus pensamientos y teorías, la puerta se abrió. Fue abierta por alguien con humor enojado y malos modos, escondiendo la preocupación por Martín, y era su ex novia, quien lo había llamado millones de veces durante la madrugada, y quien sabe con qué increíbles excusas, y se había preocupado al punto de haberse comunicado con los bomberos. Muy asustado, Martín salió de allí, desayunó, y se duchó.
Al cambiarse otra vez, se miró al espejo como modelando ropa refinada y costosa, aunque algo lo inquietó, y bastante. Y lo hizo estremecerse de verdad. Cuando sus ojos enfocaron su pecho reflejado en el vidrio, alcanzó a observar que estaba cubierto de vello negro azabache. Y era entonces, muchísimo cabello. Impresionantemente demasiado. Se miró nuevamente, intentando comprobarlo...y sí. Estaba casi poseído por esa extraña cabellera. Le recorría ya todo el cuerpo, y sin embargo, parecía encontrar siempre una zona nueva para llenar de oscuridad. Incluso en la cara.
Espantado, desesperado, y horripilante, corrió a mostrarle el fenómeno a su ex chica, que no le había creído antes, y había considerado un sueño a ese ramo de extravagancias que Martín sostenía como verídicas. Pero, ésta vez, la joven se sorprendió...no sólo Martín estaba exactamente igual por fuera, sino que, además, se veía sumamente ridículo y fuera de sus cabales en su totalidad. "¿Por qué actúa como si fuese un monstruo?", pensó ella en silencio. Y entonces derramó una lágrima, solitaria y lenta como una tortuga.

3 pensantes:

Anónimo dijo...

Mujer, buen relato, yo tb tengo un cuento de hace como 4 años, pero nada qe ver con el tuyo, el mio es algo mas afectivo...ahora, lo qe te qeria decir, cuando termine de leer el cuento vi la foto de una balanza, y dp la palabra "conquistar" esos dos sujetos tienen alguna relacion? Mmm nena nena te quiero, creo que son geniales las cosas que escribis, me llegan muchisimo. Nos estamos juntando a tomar un cafe por ahi, en algun momento de la vida :) nena, un abrazo fuerte!

Atte: DAIquirinnnn xD

Prisss dijo...

Muy bueno, Sofi, uniste las cosas que más me asustan! Los gatos son horribles, son malditos y la parte de los pelos...como ciertas historias sobre el diablo.
Me encantó!
Besos!

Soophiee dijo...

Ahhh q limdo lo q escribiste nena!! :)....muy buen relato de terror!!
Excelente escritora...me senti como parte de la historia...muy buenas palabras para imaginarse las situaiones usaste So...
Me voii me voii
Me jui
:)
Adios...
SoiSophiee



pd:te quero nena :)